31.12.11

Diciembre de 2006

Capítulo 8: ¡Ah!... Basta de pensar

Iluminada, bella, con la simpleza que la caracterizaba. Era la mejor sorpresa que me había llevado desde mi arribo a la provincia. Bueno, en realidad no era la mejor, venía después de lo que había pasado la noche anterior.
- No esperaba encontrarte acá, ¡qué linda sorpresa! -lo de linda lo estoy diciendo por vos, no por la sorpresa-.
- ¡Hola! -no se sobresaltó, lo dijo como si se encontrara con un amigo, no parecía estar tan emocionada como yo- Tampoco esperaba encontrarte. Salí a pasear porque es mi último día acá, mañana me vuelvo a Buenos Aires. Vení, ¿caminamos?
Me agarró del brazo. Levanté el mentón, orgulloso, aunque mi felicidad duró muy poco. Tenía que pensar en una manera de volver también, pero no dejar que descubra que estoy desesperado por seguirla. La única excusa que tenía, era que lo de la radio ya estaba hecho, pero igual tenía que plantearlo en un par de segundos, y tenía que ser bueno.
- De hecho, yo también pensaba en volverme hoy, total hace un rato vine de la radio. Extraño la ciudad, no me gusta tanto hacer turismo.
- Creo que no debería pedírtelo, es medio desubicado... -¿lo dirá?- Bueno, ¿qué más da? ¿Volvemos juntos?
El primer paso ya estaba dado. Después siguieron las mismas escenas de siempre, paseando por el museo, nada interesante. Voy a omitir el resto de lo que pasó, así los llevo al momento en que volví al hotel.
No había llevado muchas cosas, por suerte. Volver a armar las valijas no sería un gran problema. Golpearon la puerta, pero yo no esperaba a nadie.
- Vengo a disculparme, Mariano -¿cuál era la posibilidad de que pasara esto?-.
- Vení, pasá. Mañana me vuelvo a la Capital, no iba a irme sin verte antes.
¿A quién quiero engañar? Yo me quería volver con María lo antes posible, pero si Arellano se enteraba, iba a sacar problemas de lugares que ni él conoce.
Cuando terminamos de hablar, me dio la mano calurosamente, y volvió a su casa. Seguramente no lo iba a ver más por mucho tiempo, pero a él tampoco parecía importarle. Yo no podía perder más tiempo del que ya había perdido en el museo. En realidad no lo perdí totalmente, pero no pienso que lo indicado sea darle un beso en la mejilla a quien besaste la noche anterior. No, no hablo de mí, hablo de ella.
Pasé varios minutos parado, pensando, en el medio de la habitación. Me di cuenta que no había comido, pero la tarde caía en Rosario y yo debía comprar mi pasaje.
Más tarde, terminé mi pequeña lista de quehaceres, cené y me acosté. Ella siempre está presente; en éste y en todos mis pensamientos. Mi almohada tenía más sueño que yo. Podría haberme quedado toda la noche contemplando el techo, imaginando. Quedé prendado a la dulzura de su voz. Mi sonrisa era diferente, sonreía por otro motivo, sonreía por ella. Mi único consuelo era, además de unas tibias esperanzas, esa frase tan conocida: "mañana será otro día".

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